Horacio no puede quitar sus ojos de Elvira. Ella, su esposa, tiene la vista perdida en el horizonte.
—¡Te ves tan bella, en la proa del Titanic!El cielo parpadea un par de segundos, como el cartel de una marquesina en cortocircuito. Se apaga y enciende intermitente.
—Igual que ayer —dice, ofuscado.
—Fue solo un instante, mi amor —Elvira le resta importancia al asunto—. ¿Ves? Ya está estrellado y limpio de nuevo.
